lunes, 25 de octubre de 2010

El Motivo (obra narrativa corta). por David Morales

                                     
                                        EL MOTIVO
                        David Morales







EDICIONES CHILENAS







                                                           I

La reja de entrada al gran pedazo de terreno que había heredado en el sur del país estaba completamente deteriorada, si es que se le podía llamar reja.  Tanto que cuando intenté abrirla casi se desarmó, parecía tener la madera podrida y los alambres oxidados.
El lugar estaba muy calmado, los cielos cubiertos de nubes y en el ambiente corría una brisa de costa.  Cuando por fin pude entrar a mi tan ansiado terreno del campo, intenté cerrar la reja pero tan solo al tomarla se desarmó casi por completo.  La dejé ahí, tirada en el suelo, humedecido por las primeras gotas de lluvia que caían suavemente.  Avancé feliz por mi terreno, el cual era primera vez que veía.  Mi madre nunca me comentó que poseía este tan extenso trozo de tierra. 
Un camino angosto, lleno de árboles enormes en cada lado llevaba hasta la gran casa de campo que se comenzaba a notar por sus tejas que resaltaban en medio de la arboleda.
Me acerqué, siempre observando la casa, casi tan deteriorada como la reja de entrada.  Estaba con toda su madera rota, gran parte podrida, pero de todas maneras era habitable desde mi punto de vista.
Al subir el escalón del cimiento de la casa, este crujió tan fuerte que produjo eco en la proximidad de los cerros de alrededor, me asomé primero por una ventana para tratar de ver si es que había alguien pero el vidrio estaba tan sucio y opaco que me fue imposible.
Toqué la puerta, pasó un rato y nadie salió, la volví a tocar y esta se abrió por lo mismo.  Había tanta telaraña en la puerta como gotas cayendo del cielo, las cuales por cierto en ese momento perdían su suavidad.  Entré sigilosamente.  De repente se oye un camión pasando por la calle, muy angosta por cierto y llena de ripio.  Lo observé alejarse desde la puerta hasta que desapareció en la distancia.
La casa era enorme, me asomé en la escalera, el segundo piso se notaba obscuro, no me atreví a subir. Seguí observando el primer piso, siempre avanzando y dando los pasos más sigilosos posibles. La cocina era un asco, tenía gusanos y otros insectos que prefiero no decir.
Me atreví a subir, cuando iba en la escalera oigo un hombre gritar ¡Alo! En la reja de entrada. Bajé rápidamente olvidando el sigilo. Salí y le pregunté que quería.
-¡Amigo! Vendo frutas y verduras. ¿No necesita algo?-  me respondió el hombre, con aspecto de campesino necesitado. – No muchas gracias-  le dije y volví a la casa mientras el campesino se iba refunfuñando entre dientes. La lluvia comenzaba a tomar fuerza lentamente, me metí corriendo y cerré la puerta tan fuerte que se movió la casa entera.
De pronto, oigo un ruido en el segundo piso, creí que era simplemente el crujir de las tablas, pero lo que escuché después, me puso los pelos de punta. Era un llanto de niña, bastante pequeña, en el segundo piso. Era mediodía y el llanto me carcomía el cuerpo. Me quedé varios segundos, pegado al primer escalón de la escalera, observando la oscuridad de arriba y oyendo el desolado llanto de la pequeña. Estaba paralizado, pensé en correr fuera de la casa y del terreno, pero el llanto cada vez más desolado me lo impidió.
Decidido, pisé el primer escalón, el segundo, el tercero y continué hasta llegar al segundo piso, el que estaba muy oscuro, solo entraba un haz de luz  por una pequeña ventana en el fondo del pasillo, cerca de la cual se oía el llanto.
El piso crujía con cada paso que daba y mientras avanzaba veía la cantidad de puertas que tenía aquel pasillo. Cada vez me parecía más extraño que mi madre nunca me haya hablado de esta casa tan grande y me dejó viviendo en la pobre casita en la que vivía.
Al fin llegué a la puerta de donde provenía el llanto, estaba entreabierta, empujé la puerta lentamente y vi una niña de espalda en el suelo llorando desconsoladamente. Al entrar, la niña me miró y dejó de llorar, tenía unos ojos de color miel, la piel blanca y el pelo azabache.  Me quedé observándola fijamente, ella me imitó, su ropa estaba rasgada y estirada.  Era un vestido largo que le llegaba a los tobillos.  La habitación estaba pintada de color rosa pero llena de hongos y telarañas.  Se notaba lo mal pintada que estaba, como si una persona que nunca hubiese pintado en su vida había ejercido el trabajo.
-¿qué te sucede?-  le pregunté.  -¿por qué estas aquí?-
-me llamo Isabel-  me contestó mientras se sentaba en la cama sollozando.





                                     




























                                      II


La niña Isabel tenía un aspecto pobre, desamparado, desprotegido.  En sus ojos había una alta confianza reflejada en su modo de hablarme, a pesar de ser un desconocido para ella.

-¿por qué estas aquí sola?-  le pregunté cariñosamente. -¿Dónde están tus padres?-
-no lo sé, simplemente desperté una mañana y ellos no estaban.  Los busqué desesperadamente y no aparecieron nunca.
-¿desaparecieron así, tan súbitamente?-
-sí, he vivido sola aquí por un mes y unos días.-
-y ¿de qué te has alimentado? ¿Cómo te has cuidado tu sola?-
-no he tenido problema con mi alimentación, los frutos de los árboles me han mantenido todo este tiempo-
-esto no puede ser, ¿estás segura de que vives aquí sola?-
-sí, esta es mi habitación, aquí he vivido toda mi vida.-
-¿Cuántos años tienes pequeña?-
-tengo 9 años-
-has sido muy valiente al vivir tanto tiempo sola-

Era realmente impresionante la madurez de la pequeña Isabel, todo el tiempo que ha estado sola.  Pero más impactante era que viviera aquí, en la casa que mi madre me heredó después de su repentina muerte.  Pensar que hace dos semanas estaba hablando con ella, de solo recordarla el llanto sube por mis ojos.

-¿cómo te llamas tú?- me preguntó repentinamente la niña.
-perdón, olvidé decírtelo, me llamo Lucas.  Supuestamente esta casa era de mi madre o de alguien familiar de mi madre.  Ella me la heredó.  Por eso es extraño que esta casa digas que sea tuya.-
-debes estar equivocado señor Lucas, esta casa ha sido mía y de mis padres por muchos años.-
-bueno, ya estoy confundido.  Voy a llamar a los carabineros para que vean que hacer contigo.-
-no me quiero ir de esta casa.  Es mi refugio y guarida.-
-pero no puedes continuar viviendo sola, alimentándote de forma tan inadecuada.  Debes ir a un lugar donde te cuiden mientras buscan a tus padres.-
-ya no me interesan mis padres, no los quiero.  Por favor no los busque señor Lucas, se lo suplico.-
-debo hacerlo...

Salí de la casa en busca de señal para mi teléfono celular, pero fue inútil.  No había señal alguna.  Además esa porquería de celular estaba muy malo, y ¿cómo no? si lo encontré en la basura.  Nadie nunca lo quiso comprar.
Volví a la casa, niña Isabel estaba sentada sobre lo que quedaba de cama.
-quédate aquí, voy a ver si los vecinos están-  le dije mientras juntaba la puerta de la habitación.
Llegué corriendo a la calle de ripio, corrí y corrí, torciéndome los pies en las enormes piedras del camino.  Me fijé que los postes del cableado eléctrico también llevaban cableado telefónico, el que tenía una extensión a la casa del terreno vecino.  Me acerqué a la reja, era preciosa.  Grité lo más fuerte que pude, ya que la casa estaba muy lejos de la entrada, pero fue en falso.  Así que solo entré.  Al llegar a la casa toqué la puerta muchas veces.  Cuando ya me iba oí que abrieron la puerta, una mujer mayor me atendió, infería que tenía más de sesenta años.
-disculpe, sabe que llegué hace un rato a la casa de al lado y encontré una niña viviendo ahí sola de tan solo 9 años, ¿usted me prestaría su teléfono para llamar a carabineros?-.  Le pregunté a la anciana.


-¿una niña?-.  Me preguntó la anciana con cara de extrañeza.
-si, una niña pequeña, dice llamarse Isabel.
-¿está seguro de lo que esta diciendo señor?
-completamente, si acabo de estar con ella en la casa, me dijo que sus padres la habían abandonado hace un mes y unos días.
-señor...
-me llamo Lucas, Lucas Amunátegui  De la sierra.
-¡¿De la sierra?!
-si, ¿porqué?  ¿Hay algún problema?
-no nada, cosas mías.  Estoy muy vieja ya
-bueno, ¿va a ayudarme con esa niña?
-esa casa ha estado abandonada por más de 50 años señor Lucas.
-no si por el estado en que está se nota fácilmente, pero hay una niña diciendo que vive ahí y es imposible.
-¿porqué lo dice?
-por que esa casa es herencia de mi madre que en paz descanse.
-¿como se llamaba su madre?
-Elena De la sierra.


La anciana quedó vacilante unos segundos, mirándome fijamente, tenía un chal que le cubría la espalda, carecía de dentadura.  Se notaba un poco nerviosa al hablar.
-bien, vamos a ver de que niña me habla- me dijo mientras caminábamos hacia la calle.
Al llegar a la casa la anciana la recorrió como si fuera suya, y al llegar a la habitación de la niña Isabel me di cuenta de que no estaba.  La busqué por toda la casa sin encontrarla.  Solo había una puerta a la que no pude entrar.  El sótano.  Estaba cerrada con llave.  La anciana dijo que ha estado cerrada por todos estos años.
-¿y la niña?- me preguntó la anciana con tono irónico.
-no lo sé, estaba en la habitación del segundo piso, pero ahora no la encuentro
-usted me quiere tomar el pelo
-no, como se le ocurre.  Si la niña estaba en la habitación de arriba
-yo le dije que esta casa ha estado sola todo el tiempo
-pero si yo hasta conversé con la niña- le respondí afligidamente.

No había salida, la anciana simplemente ya no me creía.  Y lo peor era que la niña había desaparecido, se había esfumado.  La busqué en los alrededores de la casa, entre los árboles, en todo el enorme terreno.  No había rastro de ella.  La anciana se fue y quedé nuevamente solo, como había llegado.


                                     























                                      III


Ahora, solo en esa enorme casa sucia y maloliente, en la que me di cuenta de que el hedor no era de humedad si no de algo putrefacto.  Fui a la cocina y el olor era distinto al resto de la casa.  Me aproximé a la puerta cerrada del sótano. La tiré y forcejee pero no abrió.  Después me dediqué a buscar a la niña, estuve más de veinte minutos buscándola hasta que me quedé mirando por la ventana de su habitación, ví caer la noche lentamente.  Además se veía la casa de la anciana desde ahí.  Observé que cada cierto rato miraba por la ventana.
De pronto siento que el armario de la habitación cruje y la puerta se entreabre.  Me acerqué muy despacio, abrí la puerta con brusquedad.  Estaba vacío.  Me pareció extraño. Luego sentí un ruido en el primer piso, bajé a ver y en ese momento sentí que algo cayó en las habitaciones de arriba.  Regresé al segundo piso y ví una sombra que cruzó la ventana del fondo hacia la habitación de la niña.  Abrí la puerta y ahí estaba, mirándome con la misma confianza de siempre, con su rostro dulce, sereno.  Ahí estaba la niña Isabel sonriéndome.
-¿Dónde estabas niña?, traje a la vecina y te busqué por todas partes-.  Le dije con voz irritada.
-disculpa, es que no quería que me llevaras con los carabineros-.  Me respondió con una voz tan dulce que se me esfumó la ira.
-está bien.  Pero yo no te puedo mantener.  ¿Cómo vas a vivir?
-como he vivido todo este tiempo, solo que con tu compañía
-bueno pequeña, pero ya sabes que no vas a tener mucha alimentación conmigo.
-no importa, contigo me siento muy bien.

En ese momento, cuando era de noche, se oyen unas risas fuera de la casa. Miro por la ventana y alcanzo a ver unos pies en la entrada.  Me agaché y le dije a Isabel que se acercara.  Veo en el suelo unos granitos extraños.  Isabel me dice que es veneno para ratas.  Lo encontró en la cocina.  De pronto se oye un grito de mujer con voz de borracha:
-¡Elena!; ven a servirnos vino ahora mismo.

La niña me quedó mirando con rostro de asustada y respondió con otro grito: -¡ya voy mamá!-.
Se levantó y yo la seguí mientras bajó la escalera.  Al llegar y pasar hacia la cocina el hombre que estaba junto a la mujer la tomó del brazo y le dio una bofetada tan fuerte que la niña se cayó al piso.  El hombre le dijo:
-¿porqué te tardaste tanto en bajar?-.  Con voz de aún más borracho: -eres una perra malagradecida, ¿acaso no te das cuanta de la casa y la vida que te damos?
La niña fue corriendo a la cocina, yo pasé por al lado de la pareja y no me tomaron en cuenta.  Como si no me hubiesen visto.
Fui a la cocina.
-¿ellos son tus padres?-  Le pregunté a Isabel.  -¿porqué te tratan así?
No me respondió, ni si quiera me miró.  Le repetí las dos preguntas y nada.  De pronto el hombre llega a la cocina, la toma del brazo y la tira al suelo.
-¿Qué te sucede idiota?  No la trates así-  Le grité enfurecido pero el no se percató.  Como si no me viera ni escuchara.  Era como invisible para los tres ya que al voltearme ví a la mujer observando la situación y riéndose, lo cual era raro ya que yo interfería su visión del suceso, según mi parecer.
Me sentía impotente, incapaz de resolver la situación, al ver como abusaba ese hombre sexualmente de la pequeña, y ver como la mujer disfrutaba viéndolo.
Todo era extraño, me sentía como en un sueño, se notaba un aire pesadísimo en la casa, un aire irrespirable que me llevaba a una realidad extremadamente cruel y despiadada.
Mientras oía a la pequeña gritar: -¡papá, papito no sigas por favor!, ¡no!, ¡no!  ¡Te lo suplico papito!- comencé a buscar ayuda con la vecina.  Le grité lo más que pude.  Los gritos de la pequeña habían cesado y regresé corriendo a la casa.  El hombre y la mujer estaban sentados en la mesa del comedor y en la cocina estaba todavía la pequeña, levantándose y poniéndose su vestido.  El hombre volvió a ordenarle que les llevara vino, la pequeña sacó una botella de vino del refrigerador, abrió un mueble de cocina, sacó dos vasos. Se quedó mirando dentro del mueble, dio una mirada hacia la puerta de la cocina y el hombre reiteró el grito.  La niña sacó del mueble una pequeña cajita y vertió un poco del contenido en cada vaso, los cuales llenó de vino y los fue a dejar al comedor.  La seguí.  El hombre y la mujer continuaban riéndose y hablando como si nada hubiera pasado mientras se empinaban los vasos de vino.
La niña se quedó parada al lado de la mesa cabizbaja.  Mientras levantaba la cabeza veía como sus padres se ahogaban y secaban por dentro.  Pasados unos minutos la pareja cayó muerta en el suelo.


                                     























                                      IV


Mientras seguía viviendo ese chocante momento, ví que la pequeña observaba asustada.  Sin saber que hacer abrió la puerta del sótano, bajó y volvió con papel de periódico y fósforos.  Llenó los cadáveres de papel y lo encendió.  Pero se apagó rápidamente.  Se quedó mirando los cuerpos por varios segundos, se sentó en un sillón, se tomó la cabeza y se puso a llorar.
Luego se levantó precipitadamente, tomó el cuerpo de la mujer y lo arrastró con dificultad hasta la puerta del sótano, cuando al fin llegó lo empujó y este cayó escalera abajo.  Después tomó el cuerpo del hombre y lo arrastro con mucha más dificultad, se tardó un buen rato en llevarlo hasta la puerta, pero lo logró y lo empujó de igual manera.

Cansada, cerró la puerta, giró la llave y la sacó de la cerradura.  Se puso a buscar algo.  De pronto miró el piso y levantó una tabla, tiró la llave y dejó la tabla en su lugar.  Colocó una alfombra pequeña.  Cuando iba corriendo a la puerta de la casa se detuvo repentinamente y dijo con una voz muy conocida para mí:
-lo siento mucho Lucas, nunca me atreví en vida a decirte lo que sucedió con tus abuelos, y no me iría tranquila sin antes limpiar mi conciencia.  Tenía que mostrártelo de alguna manera.  Hijo mío, ya viste que tuve un gran motivo para hacer lo que hice y no me arrepiento.  Espero que me perdones.  Ahora sabes como murieron tus abuelos.  Dales un entierro, aunque no se lo merezcan.  Nunca los quise y nunca los voy a querer.  Adiós mi amor, vive la vida y no te dejes abusar por nadie.  Te amo-


Mi madre, o más bien el espíritu de mi madre salió de la casa y mientras yo caía de rodillas en el piso ví como desaparecía entre los árboles y en la oscuridad.  El llanto me fue ineludible.  Lloré por más de media hora, hasta que me levanté, dí un profundo suspiro, me limpié los ojos y me dirigí a la pequeña alfombra.  Ahí estaba, la tabla levantada levemente.  La saqué y metí el brazo.  Encontré la llave que estaba sucia y con telarañas.  De repente alguien toca la puerta.  Era la anciana vecina.
-encontré una llave, ¿será del sótano?- le dije.
-pruébela pues-

Abrí inmediatamente la puerta, busqué algún interruptor para encender la luz, y al encenderla la anciana dio un enorme grito al ver los esqueletos en los pies de la escalera.  El olor estaba aún ya que la puerta nunca se abrió, ese era el olor que tenía toda la casa.
La anciana fue a su casa y llamó a carabineros, tardaron aproximadamente dos horas en llegar y cuando llegaron nos hicieron preguntas y fotografiaron los esqueletos.
Ya amanecía, la anciana me dijo:
-aquí vivía esa pareja y desaparecieron hace cincuenta años.  Eran los De la sierra y...
-ya lo sé, ya lo sé todo
-¿Cómo lo supo? ¿Supo como murieron?-
-de la peor forma posible, pero fue una muerte justa

La anciana se despidió y se fue a su casa. Los peritos se llevaron los esqueletos, les di un buen entierro en el cementerio de la capital.


                                     



















                                      V


Regresé al campo a agradecer la ayuda de la anciana y volví a la casa, estaba ahora al menos con un aire respirable.  La recorrí entera. No quise vivir ahí, ¿Quién querría vivir en la casa donde maltrataron a su madre y más encima ocurrió un crimen?
Me fui observando la casa que me cambió la perspectiva de la vida, que me mostró cuan cruel puede ser una  persona y que no me borrará de la mente esa imagen de la reja oxidada que me condujo hacia la verdad de mi madre y  mis propias interrogantes.